Hubo una noche, una noche mágica, durante la primera semana de confinamiento que acababa de venir de tirar la basura. Salir a la calle fue emocionante, no por salir, sino por no ver a absolutamente a nadie en ella. Recuerdo que cogí el teléfono y grabé una panorámica en lo que siempre solía ser una calle concurrida. No había un alma y en cambio jamás respiré tanta paz, muy a pesar de que no parasen de querer hacernos creer que el aire estaba envenenado. Disfruté de aquel momento de soledad entre unos contenedores que amurallaban un parque infantil sin niños, sin risas, a fin de cuentas, sin vida. Ya era de noche, pero era una noche más oscura de lo habitual, porque así la habían decidido pintar entre todos. En cualquier otro día los columpios sonarían a la misma vez que alguna terraza de bar no pararía de servir cervezas.
19/4/24
Cualquiera con dos dedos de frente prefiere morir de tuberculosis antes que de COVID-19
Vengo arrastrando un dolor de garganta de esos que empiezas a pensar que de echar sangre por la boca sería una tuberculosis. La tuberculosis siempre me ha parecido una enfermedad romántica, digna de la muerte de cualquier poeta que se precie del siglo XIX. Morir de tuberculosis te da empaque. Si ya antes de la enfermedad eras alguien te pone el broche y de no ser nadie da que hablar. Hasta las enfermedades han perdido estilo. Cualquiera con dos dedos de frente hubiese preferido morir de tuberculosis antes que morir de COVID-19. Morir de COVID-19 es como el último escalafón más mundano de todas las muertes, sobre todo porque nadie va a saber jamás de qué moriste realmente. Lo mismo te mataron entubándote, lo mismo te mató el ibuprofeno, que lo mismo te sedaron porque así lo decidió un protocolo. La tuberculosis al menos siempre fue tuberculosis y te miraba a la cara, como en uno de esos duelos del lejano oeste en que dos vaqueros daban diez pasos en sentidos opuestos para luego girarse y tirotearse con una Colt 45. El día que se prohibieron los duelos, los hombres dejaron de ser hombres. Uno debe tener el derecho de querer jugarse su vida por honor. Y nadie te negará que es más digno morir en la arena que encerrado en un asilo, a tres meses de que los medios te recomienden acoger a una familia de ucranianos en tu casa.