29/4/25

Todo es mentira

Tenemos el Gobierno más sencillo de entender. De todo lo que digan, pasará justo lo contrario. Si en una semana tuviésemos una comparecencia para decirnos que no vamos a tener restricciones de agua, ya sabéis lo que tenéis que hacer.


Ayer eché de menos una antigua radio a pilas, un transistor de toda la vida. Ya lo he comprado por Amazon antes de que multipliquen el precio por diez. Pero al día siguiente de escribir esto, me llegó un e-mail en el que me cancelaban el pedido. Hoy vuelva a buscar la radio y veo que le han multiplicado el precio.

Yo no leo la prensa. Tengo una carpeta con quince marcadores de periódicos que suelo abrir mínimo una vez al día. Su ideología editorial va desde lo que el pueblo entiende como extrema izquierda a extrema derecha. Me fijo en todos los titulares y suelo profundizar en algunas noticias. Pero no leo la prensa. La interpreto, que algo totalmente distinto. Por eso me resulta tan complicado entender como puede existir tan solo un ser humano que se tenga el mínimo respeto posible como para seguir legitimando a la prensa como sinónimo de verdad.


Ya sabemos que vivimos tiempos complejos, pero resulta paradójico que en la mal llamada era de la información sea cuando menos informados estemos de todo. Con el coronavirus te metieron en casa. Y ahora sin luz y sin conexiones de comunicación te han sacado de ella.

Cuando os vuelvan a hablar de un kit de supervivencia para 72 horas no olvidéis nunca que 72 horas puedes sobrevivirla sin absolutamente nada. Sin luz, sin agua, sin calefacción. Sin nada. Siempre que te pille en tu casa, el concepto de supervivencia no va unido a la franja temporal de las 72 horas. 72 horas puedes estar sin comer y sin beber agua. Si todo se restableciese después de ese tiempo solo habrías pasado un mal rato. Largo, pero un mal rato.



Con el gran apagón del otro día disfruté lo que suelo disfrutar observando el comportamiento humano en momentos de crisis. Cuando salí a la calle escuché a una mujer decirle a su marido que fuese a comprar agua, que comprase garrafas grandes, unas para beber y otras para la cisterna. Para la cisterna, le dijo. Como si eliminar heces y orines de un váter fuese más prioritario que mantenerse hidratado, a sabiendas de que nadie conocía si esto iba a durar doce horas o semana y media. No estamos preparados. No entendemos que sobrevivir es precisamente eso, sobrevivir. Y no seguir viviendo con las mismas comodidades que teníamos hasta ahora.



Se llenaron los parques, e imagino que como no había 5G, los niños dejaron la Nintendo Switch en casa. La verdad es que aquello parecían los años 90. Los padres se juntaron en corrillo y empezaban a comunicarse de manera natural, sin preguntar pretenciosamente "oye, tú dónde trabajas", "y ese coche nuevo que te has comprado, cuánto te ha costado", "y el piso de la playa que tenéis, de cuántos dormitorios es". Todo parecía mejor humanamente. Porque sin luz todos somos más o menos iguales. Más parecidos. Menos distintos. Seguimos siendo ese hormiguero al que se acerca un niño a escupirle para disfrutar con la reacción caótica.
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