La corrupción ya no lleva traje gris ni maletín. O al menos no necesariamente. No se esconde en despachos oscuros ni en cuentas numeradas. Ha aprendido a vestirse de fluorescente, a circular por el BOE y en este caso incluso a disfrazarse de Seguridad Vial. La corrupción moderna no roba, factura. No delinque, regula. Y lo hace tan bien que consigue que el ciudadano, además de víctima, se sienta orgulloso de su obediencia.
20/10/25
El reloj del miedo
Durante décadas, el cambio de hora fue una ceremonia cíclica tan absurda como incuestionable. Dos veces al año adelantábamos o atrasábamos el reloj convencidos de estar participando en un gran pacto colectivo por el ahorro energético. Lo decían los telediarios, lo repetían los ministros, lo confirmaban los expertos, y lo interiorizábamos como una liturgia más del progreso. Cambiar la hora era un gesto de obediencia climática, un pequeño sacrificio simbólico por el bien común. Nadie pedía pruebas, bastaba con la convicción de que algo se ahorraba. Bastaba con creer. Era sólo cuestión de fe.
25/9/25
Tu silla de los menesteres
Hace ya algunos años, uno de ésos tantos historiadores que pueblan nuestros monumentos, durante una visita en la que no se presentó nadie más, se explayó en la explicación de cada una de las salas de un precioso palacio monasterial. Imagino que le contaría lo mismo a todo el mundo, pero vengo a hacerte esta apreciación porque de las tres veces que he hecho la misma visita, solo me dieron esa información en esta última ocasión. Puede que fuese un invento o puede que fuese otro de esos mitos que se repiten tanto en círculos tan cerrados que al final terminan escapándose por algún ventanal y ahora vengo yo a replicarte una mentira más como si fuese una verdad incontestable. El caso es que me da exactamente igual, porque sea como fuere, creérselo es fácil, ya que a día de hoy, siglos y siglos más tarde, no es que hagamos exactamente lo mismo, sino que venimos haciendo cosas peores.
28/8/25
He estado de vacaciones en casa
El verano sigue pegando fuerte y no está siendo del todo malo. Los mesetarios creéis que el calor existe en vuestras calles cuando la televisión os engañó con aquello del estrés térmico. Por entonces en el sur todos éramos unos flojos que vivíamos agotados, hasta que los grados de rotación de la Tierra cambiaron lo mínimo para poder plantaros los 39º medio normales con los que convivimos el resto de mortales de Despeñaperros pabajo. Desde ese entonces algún gilipollas en la redacción de algún medio de comunicación se tuvo que inventar un término para diferenciar el agotamiento capitalino del de los provincianos y así nació la gilipollez del estrés térmico. De igual forma que en Madrid entendéis de atascos, en el sur entendemos de calor. A cada cosa su lugar. Y hoy os vengo a hablar justo de eso. No del estrés térmico, sino de un nuevo término que he acuñado este verano y que estoy convencido que va a ponerse de moda en menos de tres años. Puede que no con el mismo término, pero si viniendo a desarrollar la misma idea.