23/9/21

Conócete a ti mismo

El otro día en una de esas reuniones que tiene uno donde socializa escuché algo que me llamó demasiado la atención. Tanto fue así que no pude dejarlo pasar y acabé haciendo uno de esos ejercicios de abstracción en los que ya participaron algunos de mis lectores en otra época. Pero para llegar a entender la importancia de la cuestión tengo que comenzar por aquella historia. Seré breve.

Resulta que un amigo de mi familia fue al médico acompañado por un colega. Este amigo responde al perfil de un hombre de más de setenta años, de muy buena vida, acomodado, con afecciones importantes de salud, pero negado a la hora de reprimirse de sus dos pasatiempos sociales más importantes; alcohol y tabaco. Para que os hagáis una idea, su nivel de tolerancia para con el alcohol es tal que resultaría muy complicado verlo borracho. Sin embargo, no sufre de ninguna dependencia. Es alguien completamente normal, muy vivo y con los achaques pertinentes a su edad. Para nada se le podría catalogar de borracho, pero eso sí, es alguien que no se priva en ninguna reunión o evento social, que por otra parte es algo que ocurre semanalmente en su vida. Si come acompañado lo hará con alcohol. Empezará con cervezas, se pasará a los vinos y si la reunión dispone de una agradable sobremesa la terminará tanto con chupitos como con whisky. Y no precisamente con uno de cada.

A todo esto, aquel día en el médico su facultativo le pregunto: "¿Usted bebe?".- a lo que él respondió: "Lo normal." Aquí el médico le dio una vuelta a la pregunta con la idea de apuntar a la habitualidad: "¿Es usted bebedor?".- a lo que respondió: "No." Fue entonces cuando su acompañante le corrigió e informó al médico sobre la habitualidad real de consumo de alcohol y éste pudo valorar la realidad de su paciente de una manera más objetiva. Yo me sorprendí. Mucho. Me sorprendí mucho de que una persona la cual conozco y sé de sus hábitos fuese capaz de definir su consumo de alcohol dentro de unos cánones normalizados. Así que desparramando un poco la mirada por aquella reunión me dispuse a hacerle la misma pregunta a los allí intervinientes intentando encontrar algo de cordura. No obstante, el resultado fue aun más sorprendente todavía.

La primera pregunta que hice fue sencilla: "¿Usted bebe?".- a lo que con reticencias todos me terminaron diciendo que sí, con muchos peros, porque para ellos el concepto "beber" resultaba mal sonante, complejos de todos aquellos que saben realmente que no llevan buenos hábitos. Lo más sorprendente fue el camino hasta ese sí, un exabrupto paraje de muecas y contradicciones dignas de todos aquellos que jamás se han dedicado una mínima introspección.

Una de aquellas personas en principió respondió que no, que no bebía, lo que adornó con la frase de "solo tres cervezas a la semana". Sin más le hice saber que sí, que sí que bebía, y aun negando la evidencia seguía considerando que no, que eso no era beber. Sin embargo le pregunté que si era bebedor de café, a lo que me dijo que sí, que tres cafés a la semana. Ya os podéis imaginar el lote de reír.

Al cambiar el tóxico cambiaban las respuestas a pesar de hacer siempre la misma pregunta. Todos se reconocieron bebedores de café, a pesar de no tomar ninguno café diario. Así del café pasamos al tabaco y pregunté: "¿Fumáis tabaco?".- y volvió a ocurrir lo mismo. "Yo no fumo, solamente los fines de semana. Como mucho diez cigarros. Eso no es fumar".- así que empecé a intentar averiguar el límite de cigarrillos bajo los cuales cada uno de ellos se considerase fumador. Objetivo no conseguido. Fueron incapaces de cercar sus propias incongruencias.

La habitualidad estaba duramente reñida con la temporalidad del consumo. Así hubo personas que consideraban un bebedor a alguien que tomase una cerveza al día, pero no a alguien que se tomase siete cervezas o más durante todos los fines de semana. Sin embargo esta apreciación se perdía con el café y volvía a aparecer nuevamente con el tabaco. Así es como quedaba demostrado que alcohol y tabaco estaban fuertemente ligados a la cultura de ocio social y que a pesar de reconocerse como un tóxico insalubre, su consumo quedaba legitimado gracias al refuerzo social. Este mismo patrón de comportamiento se daría en círculos donde el consumo de tóxicos más fuertes sufriese un refuerzo gracias al colectivo. Así es como se justificaría el consumo de cannabis o de cocaína dentro de un círculo social que tuviese esos hábitos. No obstante, dentro de este grupo, se encontró la siguiente unanimidad a la pregunta: "Consumes medio gramo de cocaína a la semana. ¿Eres cocainómano?".- y ahí recibí un sí bien marcado.

Todo esto, más allá de plantearte los límites de las propias definiciones vino a desembocar en el concepto común y la idea intrínseca de la normalidad. ¿Qué es normal? ¿Qué no resulta normal? Veréis, más allá de lo que venga a decir la RAE, lo normal, sin entrar en aquello que recoja la norma escrita, viene a definir la norma mayoritaria. Para que todos lo comprendamos. Lo normal en España es ser blanco, cristiano y heterosexual. Lo normal en África es ser negro. Lo normal en China es tener los ojos rasgados. Lo normal es que los mineros sean hombres. Lo normal es que el trabajo de cajera de supermercado lo haga una mujer. Y así con cien millones de ejemplos más.

Lo anormal por ello no necesariamente debe atender a lo peyorativo, de igual manera que ser bebedor no significa ser un paria borracho. A todos nos gustaría formar parte del grupo normalizado dentro de los cánones de la salud, puesto que lo anormal es la enfermedad. Sin embargo, no creo que ninguna persona en el marco de una relación amorosa le gustase ser definido por su pareja como el típico chico normal, de lo que para nada se desprendería una calificación especial, anormal en este caso, por encima del resto de hombres. Así es como ambos conceptos fluyen entre el termómetro que organiza lo despectivo y lo adulador.

Así que volviendo al tema del alcohol la mejor excusa que escuché para justificar aquella respuesta al médico fue la siguiente: "Él no tiene porqué saber qué es lo normal a la hora de beber en una persona".- y eso, queridos lectores, me dejó todavía más a cuadros.

En el Templo de Delfos estaba escrito aquello de "Conócete a ti mismo", pero se ve que de todo ello, como buena metáfora, solamente quedan las ruinas. La peor excusa que pueda usar un ser humano para justificar su comportamiento es una mala comparativa. Es como meter la pata dos veces; la primera por apoyarte en el vulgo como quien pide ayuda a un loco ensangrentado y la segunda por encima desconocer que lo más lógico es que tú no formes parte de ese vulgo en quien buscas justificación.

La mejor manera que tiene uno para conocerse a sí mismo es saberse cuando resulta ser una desviación estadística. Y no para ello es necesario conocer la estadística, basta con entrenar tus sentidos para aprender a interpretar el mundo en el que vives. Es ahí como los vicios se legitiman socialmente, porque es normal, porque todo el mundo lo hace, aunque no sea normal y por supuesto no todo el mundo lo haga. Es la falta de conocimiento personal el que lleva a un hombre adulto a la justificación del consumo de un tóxico porque todo el mundo lo haga, cuando a lo mejor quienes lo hacen son solo los de su propio mundo. Es aquí cuando uno entra a medir la normalidad dentro de la propia desviación estadística dando vida propia a un subconjunto estadísticamente despreciable dentro de la habitual normalidad de nuestro día a día. Es así como lo normal dentro de una cárcel no guarda relación alguna con lo que es normal en un trabajo.

Así que abriendo la veda a las preguntas médicas no podía parar de generar en mi cabeza situaciones similares: "¿Con qué frecuencia se masturba usted?".- y contestar: "Lo normal".- y ver la cara de un familiar al decir en voz alta que, por ejemplo, caen de cuatro a cinco pajas como mínimo al día, todos los días, pero que no, que uno no es un pajero, que ser un pajero es otra cosa bien distinta. Y así con todo. La única forma al menos que tienes de justificar un hábito pasa por conocerte lo suficiente como para saberte una desviación o no de ese hábito. Y eso señores, no pasa.

A toda esta retahíla llegué en un segundo, muy a pesar de que todos los intervinientes pareciesen medio imbéciles a la hora de pensar sobre sus propias definiciones, consumos, hábitos y tóxicos. Esto fue así por la sencilla razón de que llevo años reconociéndome a mí mismo como una desviación estadística en según qué momentos, de igual forma que sé cuando puedo ser más gilipollas que el resto sin necesidad de conocer a la totalidad de ese resto. Conocerse no es más que saberse parte de esa desviación, ya que con ello te demuestras a ti mismo la realidad de tu propio mundo y luego del mundo real en el que vives.

Espero que a partir de ahora empieces a plantearte con seriedad cuándo eres o dejas de ser una desviación estadística.

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