7/9/21

El universo, el infinito y el Pac-Man

Era un crío. No sé qué año sería ni ganas de comprobarlo. Lo que sí sé es que nos llevaron de excusión del colegio a uno de esos cines IMAX donde las sillas se mueven y la gente de pueblo fácilmente impresionable se pone a gritar como si estuviesen en una feria. Años atrás ya había estado y os aseguro que no por la edad, sino por la calidad de la película, aquello en su momento pareció una nave espacial esquivando laderas y picos. Me esperaba algo similar, no posiblemente tan bueno, pero si algo que me hiciese recordar que realmente ya estuve ahí y que me lo pase genial.

El caso es que cuando pusieron el título de la peli sentí una enorme decepción. No la recuerdo ahora mismo ni tampoco tengo ganas de buscarla. Ya no iba a haber ni montañas ni valles. Era algo de "Space". Así que estaba claro que aquellos pequeños latigazos cervicales los cuales no afectan a los niños, se iban a vivir en una simulación fuera del planeta Tierra. Y así fue.

La película empezaba, como no, subidos a una montaña rusa espacial. Un lugar mágico lleno de nebulosas y estrellas brillantes donde se pierde la perspectiva, el equilibrio y sobre todo la gravedad. Tras unos fugaces segundos la primera gran bajada se convierte en una gran autopista recta, donde tan solo los asientos inclinados te quieren hacer creer que todavía estás bajando, aunque no tengas referencia alguna sobre el espacio que te rodea. Absurdo.

Todo el mundo gritaba con el mismo ímpetu social que le pone la gente a un gitano para caerle bien, o al menos para no caerle mal, ya saben, por lo que pueda pasar. Yo me sentía otra vez más rodeado de imbéciles, como de costumbre. Al menos gracias a no poderme desabrochar el cinturón y salir corriendo de allí, mientras veía la película, me empecé a plantear la realidad de la idea del infinito.

Por aquellos tiempos en las clases de matemáticas veníamos dando los intervalos. Para quien no lo recuerde eran esos números que se representan entre paréntesis o corchetes según fuesen abiertos o cerrados. El caso es que el profesor preguntó: "¿Cuántos números hay en el intervalo [5,8]?".- a lo que los que siempre participaban en clases contestaron que tres. Teniendo en cuenta que ya nos dejaban tontear con las calculadoras, a mí me dio por acordarme del 5,5, de la misma manera que del 6,5, o del 6,55, o del 6,555. Y así hasta el infinito. Ahí fue cuando me caí en la idea, correcta o no, de que el infinito podría ser como un intervalo cerrado. Me lo imaginé como Papá Noel arrastrando una bolsa de regalos infinita, la cual podía coger por unas asas en un extremo y transportarla en su trineo para repartir alegrías por todo el mundo. Más allá de que los regalos se terminen acabando para mí desde ese momento el infinito era transportable.

Así me imaginaba el universo, infinito, o más que infinito pseudoinfinito, transportable, como los regalos de Papá Noel. La importancia no estaba en que los regalos se terminasen, la importancia residía en que todo aquello que me imaginase como infinito podría ser transportable, es decir, podría llevarlo en un bolso, a lo Mary Poppins, aunque detrás de mí arrastrase una cola infinita de cosas infinitas pero a su vez transportables.

Fue entonces cuando pensando en la inmensidad del universo me acordé de aquella horrible película en el cine IMAX, aquella montaña rusa en el espacio donde se perdía al segundo la perspectiva y una gran bajada podría parecer al momento una pequeña subida, independientemente de si se moviese el asiento o dejase de hacerlo. Ahí me planteé por primera vez la idea de que el universo no fuese realmente infinito, y de igual manera que con la bolsa de Papá Noel, nuestro universo fuese transportable.

El caso es que al imaginarme la idea de un universo infinito pero transportable había algo que me fallaba. Ahora el universo debía tener unas asas en uno de sus extremos para poder tirar de él y llevárnoslo donde queramos dejando como con el bolso de Mary Poppins una larga cola infinita detrás. Y eso queridos lectores, nunca me llegó a cuadrar. Así que amigos de Internet, os voy a contar a la conclusión que llegué. Muy acertada por supuesto. Y os voy a decir cómo es para mí el universo. Ni teoría de cuerdas ni leches, todo se basa en prestidigitación, un sencillo truco de magia. Os cuento.

El universo tiene paredes, o más que paredes tiene límites, de hecho muy posiblemente sea casi esférico, pero esas paredes no puedes tocarlas jamás, porque cuando te acercas a ellas sin darte cuenta alguna tu cuerpo acompaña a la pared, subiendo o bajando, como si fuese un juego de imanes que nunca se rozan. Lo que ves delante es lo que tienes detrás, es un espejo esférico que incluso puede que te refleje a ti, lo que pasa es que nadie ha llegado a ese límite para venir a contártelo. Se ve una inmensa oscuridad y los astros que se tengan la suerte de tener cerca. Para ti tendrás la sensación de estar en el centro de la nada, pero realmente estás en un borde, en una pared, sin darte cuenta alguna, porque eres algo parecido a un hámster en una rueda.

Seguro que lo entiendes mejor y lo llegas a ver si eres capaz de llevar el escenario del Pac-Man a una esfera. En el clásico comecocos cuando sales por la derecha apareces a la izquierda. La programación del panel así resulta cilíndrica. Lo que no puede ocurrir en el Pac-Man es salirse por arriba para aparecer por abajo. Y esto señores, es lo que sí ocurre en el universo, lo que no deja de convertirlo es una esfera sin referencia espacial en los límites. El Pac-Man esférico representaría los límites de nuestro universo, aquellos que nunca podremos tocar. Nosotros vivimos dentro, en lo que nunca nadie ha programado de Pac-Man.

Si lo piensas así lo interesante esta aquí y no a tomar por culo en el filo de los límites de la oscuridad. Allí lo que hay es un Pac-Man que parece infinito y el comecocos está muy bien, nadie lo duda, pero no para jugar durante toda una eternidad.

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