24/5/19

Internet está tan aburrido que estoy empezando a salir a la calle

Creo que la diversión en Internet guarda una relación directa con el mundo de la política a nivel nacional. A fin de cuentas el grosso de la situación periodística lo mueven quinientos cabrones que viven a costa del resto de currantes. Si esa caterva de improductivos no tiene nada que contar, los otros tantos de miles que viven de diagnosticar el color exacto de las heces hegemónicas no tendrán nada con lo que generar contenido. Al mundo le interesa el conflicto, de hecho a todos nos interesa el conflicto. La indiferencia aburre hasta a quien dice necesitarla. Es tan importante tanto generar odio como generar amor.

No obstante no he vuelto a escribir por aquí para contaros nada de lo anterior. El caso es que el otro día salí a la calle. No es que viva en una cueva, pero sí es cierto que el agradable sol de estas pasadas semanas le hace a uno sacar los cuernos. En un paseo matinal me topé con algo que me llamó demasiado la atención. Verán, soy un tipo afortunado, me explico. El tiempo me ha tratado lo suficientemente bien como mantenerme al lado de mis seres queridos y el destino no me ha arrebatado a nadie que al menos por razón de edad no fue del todo una sorpresa. Muchas veces da hasta miedo dejar constancia de un pensamiento así, porque parece que por el mero hecho de nombrarlo vaya a tener que ocurrir justo lo contrario. Creo que los auténticos problemas de la vida son precisamente los que te impiden pensar hasta en ellos mismos, porque los mazazos vienen de tal manera que incluso cuesta creerlos. Todo lo demás son minucias que ocupan nuestros pensamientos porque precisamente estamos creados para vivir desde el conflicto. Con todo esto, con lo de ser un hombre afortunado, os quiero decir que jamás he tenido la desgracia de tenerme que enfrentar a un duelo que no correspondiese, por eso, además de por otras tantas cosas más, le guardo un profundo respeto al comportamiento de todo aquel que haya perdido a un ser querido inesperadamente, puesto que sería incapaz de entender las razones que le llevasen a hacer cualquier cosa de las que estuviese haciendo.

Pues resulta que en uno de estos paseos de los que os hablo me encontré con un vehículo que llevaba un conjunto de pegatinas familiares. En él estaban representados desde dos abuelos, hasta un padre con tres hijos y finalmente una mascota. Guardo una foto de aquello, pero he encontrado las pegatinas a la venta por Internet y prefiero mostraros lo que a mí me llamó la atención de todo aquello respetando al máximo lo que vi, que a pesar de estar a la luz de toda una vía pública, debajo de cada dibujito estaban escritos los nombres de cada familiar. El caso es que de los tres hijos pequeños, uno de ellos era precisamente este.


Al principio no me di ni cuenta y todo me pareció muy entrañable. Siempre me agrada ver en un coche el típico regalo colgado del retrovisor que los hijos hacen para el día del padre o de la madre, son como pequeñas señas de que no está todo perdido. Pasé de largo con una sonrisa esbozada, pero algo me hizo volver sin saber muy bien porqué, así que empecé de izquierda a derecha a disfrutar del gracejo de los trazos y fue ahí cuando me di cuenta que se trataba de un ángel que estaba justo entre sus dos hermanos.

Creo que una de las últimas cosas que hubiese hecho en esa situación sería la de plasmarlo en pegatinas a la luz pública en un vehículo, pero no obstante, lo que sí pensé es en la bendita suerte de no tener ni siquiera que planteármelo hasta haberme cruzado con ello por la calle. Afortunadamente hasta ahora no he podido desarrollar la capacidad de entender jamás este tipo de acciones y ojalá no tuviese que llegar a entenderlas nunca. Solo quiero desearle lo mejor a esta familia que no conozco y agradecerles la valentía de recordarle a todo el mundo que estamos aquí de paso, y que aun con dos alas que te lleven al cielo y la edad todavía para soñar que puedes volar, tener la fortaleza para llevar los brazos levantados y una sonrisa que alimente el alma.
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