No me cabe ninguna duda. Llevo ya un tiempo dándole alguna
que otra vuelta a mi cabeza intentando analizar el porqué de que ciertos
patrones de comportamiento humano terminen destruyendo lo que durante décadas
fue un yacimiento sin control de sapiencia bien dirigida. No sé dónde leí que Gleen Gould dijo que por cada hora que pases acompañado tendrás que echar días intentando
desintoxicarte, a lo que en mi caso me gustaría añadirle que en esta actualidad
en la que nos movemos, lo más fácil de todo no es estar ya de por sí acompañado,
sino encima, muy mal acompañado. Robert Sapolsky, afamado primatólogo y
escritor americano, tuvo que marcharse a Kenia para estudiar a los monos, a mí
en cambio me basta con sentarme en el bar de abajo rodeado de amigos.
El intelecto es el compartimento donde cabe algo más allá de
la propia inteligencia, es un estante que no será nada si solamente lo llenas
de conocimientos, es la pira que solamente va a prender si además de todo lo
anterior le añades entendimiento. La RAE lo define como la potencia
cognoscitiva racional del alma humana. Yo prefiero bajar los conceptos al suelo
y definirlo como toda aquella cualidad que debe de poseer un ser humano para al
menos no ser catalogado como un completo imbécil.
He conocido personas maravillosas cuyo cerebro aspiraba a
los mejores despachos que están siendo sometidas al escarnio público de la
imbecilidad consentida por ellos mismos, al pasaje en primera clase del más
triste tren descarrilado de la ignorancia. Recuerdo ahora las palabras de un
buen colega guitarrista profesional que después de pegarse al día doce horas
practicando decía que no podía salir de su casa y parar los ensayos de los
punteos de Yngwiee Malmsteen para escuchar tantísimas tonterías en la calle.
La soledad es la condición sine qua non para convertirte en
una persona de provecho. Es así, no hay otra. Un alto porcentaje de tu
socialización secundaría debes pasarla hablando contigo mismo para no terminar
siendo otro gilipollas más. No existe un ser humano decente que haya
hablado más con otras personas que con él mismo. Es más importante conocer tus
interiores que desarrollar todas las teorías del universo que te rodea. Solo
así sabrás el día de mañana qué camino coger sin plantearte ninguna nueva duda,
porque la mayoría de todas ellas ya han sido resultas en tu fuero interno,
mientras estabas tirado en la cama o mientras pelabas cebollas para un guiso.
Hablo solo lo suficiente como para autoconsiderarme un
enfermo mental sin necesidad de que tenga que venir un facultativo a
transcibírmelo en ningún informe. La diferencia es que mi locura no supone
ninguna desviación social y tengo la seguridad en mí mismo como para defender
cualquiera de mis pensamientos delante de mi verdugo, alejado de cualquier
ejercicio de soberbia, de valentía o de cabezonería, simplemente apoyándome en
los fuertes cimientos de mis convicciones, aquellas que he ido forjando cada vez
que me sorprendía a mí mismo dialogando con mi otro yo para cogerme en mi
propia mentira.
Más allá de la tan necesaria familia, la mejor compañía que
puede proferarse cada cual es uno mismo. De cualquier otra manera es como la
sociedad, con su cultura mayoritaria, termina erosionándote la psique para que
termines reflejando en tu figura los mismos comportamientos sociales
estereotipados. Esto es lo que el psiquiatra Abram Kardiner llamó personalidad
básica. Esta personalidad es la forjada dentro de las instituciones primarias,
tales como la familia, donde los niños no utilizan ningún tipo de planteamiento
ante los dogmas paterno filiales que reciben, simplemente cumplen. El problema viene
cuando la personalidad se retrotrae a esa etapa y el modelo de comportamiento
viene ahora generado por las instituciones secundarias, tales como el grupo de
amigos, los medios de comunicación o las tendencias. Aquí es cuando a pesar de
tener treinta años y parecer ser independientes intelectualmente la sociedad
termina creando el nuevo problema de este sistema universitario, tontos con título.
Todo este proceso de socialización mal llevado entra con más
fuerza si la soledad que has tenido contigo mismo ha sido solamente fruto de la
marginación infantil y no de un convencimiento propio. Me explico. Cuando una
persona está cien por cien convencida de que él es su mejor compañía para
desarrollarse como un hombre de provecho no tiene la necesidad de querer
escapar de su mundo y de inventarse excusas baratas para hacer creer al resto
que es feliz con su vida. Sin embargo, cuando la marginación o la exclusión
social es la única razón de su aislamiento, por mucho marketing de su felicidad
que haga en el fondo siempre estará deseando escapar de ese pozo de tristeza.
Es como cuando los putos gordos nos intentan vender durante veinte años que son
gordos y felices, despojados de todo complejo, pero tras recibir ese gran varapalo
del amor se ponen a dieta los muy hijos de puta y terminan perdiendo treinta y
cinco kilos en un tiempo récord para a continuación decirte que ahora sí que
son felices de verdad. Si hay algo peor que un gordo traicionero, es un puto
gordo marginado traicionero. La exclusión social que sufrieron, incluso llevada al límite más extremo, les habría terminado convirtiendo en los seres cabales que empezaron siendo cuando se pasaban las tardes enteras incubando raquitismo porque lo último que conocían sus pieles era el sol vespertino. De una adolescencia dolorosa se puede salir muy reforzado, pero de una adultez mal reconducida no se sale jamás. He aquí los tontos con título.
La única relación humana reiterada que podría concebir fuera
de la familia y del trabajo productivo, es la que se hiciese efectiva entre una
élite intelectual que absolutamente nada tuviese que ver con su status social
ni con sus posiciones socioeconómicas, sino nada más con el porcentaje de conversaciones
útiles que se hayan dedicado a sí mismos. Una visión social que va más allá de
la baratería pedante y petulante de la que nos resulta muy difícil escapar cada
día.
A veces a muchos habría que mandarles a callar y darles una
guantá con la mano abierta, porque sinceramente, no se merecen ni esta
explicación. De este nuevo desorden nos salvamos solo unos pocos. Y sí, digo nos salvamos. Yo uno de ellos.