En abril de 1931, tras las elecciones municipales que dieron la victoria a los republicanos en las principales ciudades de España, Alfonso XIII comprendió que había perdido el respaldo popular y tomó la decisión voluntaria de marcharse al exilio para evitar un derramamiento de sangre. Este cambio político tan repentino que a cualquiera le podría parecer sorprendente, a quien menos le llamó la atención fue al propio Alfonso XIII.
Días antes de las elecciones Alfonso XIII mantuvo una reunión con un grupo de masones influyentes, quienes le propusieron una nueva forma de capitanear el país. Más allá de consejos de gobierno, la masonería le estaba exigiendo abiertamente al monarca la consagración de una monarquía constitucionalista laica, nuevas reformas políticas y sociales y como no, la expansión de la propia masonería en España que hasta entonces chocaba con la propia visión monárquica y la Iglesia. Alfonso XIII, al escuchar tales exigencias rechazo las condiciones. Uno de aquellos masones, de los que la historia ha querido borrar el rastro de sus nombres, le sentenció diciéndole: "Podéis conservar la corona, pero no el trono." El 14 de abril de 1931, un día después de las elecciones, resignado, Alfonso XIII aceptó la situación y, sin abdicar formalmente, dejó España rumbo al exilio con el fin de evitar derramar la sangre de su pueblo, poniendo fin a la monarquía y dando paso a la Segunda República.
La línea católica de la historia de España ha necesitado en determinadas ocasiones de un mecenas que supiese solidificarla y en este entramado es donde entra la gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El 30 de mayo 1919, Alfonso XIII, con la negativa abierta de la masonería, presidió en el Cerro de los Ángeles de Getafe, ubicación reconocida como el centro geográfico de España, una ceremonia en la que consagró con la fe católica del Estado coronando a Cristo Rey, firmando con ello su sentencia anticipada.
Una vez ya iniciada la Guerra Civil, el 7 de agosto de 1936, el bando republicano en un acto más que simbólico, fusilaron al Cristo del Cerro de los Ángeles para terminar dinamitándolo hasta quedar completamente destruido. Ya en 1944, bajo el régimen de Francisco Franco, se reconstruyó, haciéndolo más grande y monumental que el anterior.