30/5/24

Ten amigos imbéciles

La gran mayoría no lo sabéis pero porque ni tan siquiera os habéis parado ni un segundo a pensarlo. Para eso estoy yo aquí. Para eso habéis llegado caminando desde la tranquilidad de vuestro asiento a este rincón. Y para eso os voy a contar la gran importancia que tiene algo en lo que prácticamente no se ha pensado jamás.

En la infancia y sobre todo en la adolescencia se suele medir el nivel de felicidad atendiendo al número de amigos y de dinámicas sociales que sepa generar cada individuo. Es decir, que si un chaval de quince años vive rodeado de amigos, si suelen llamarle para quedar, cuentan con él para hacer planes, se enrola en un equipo deportivo, un club de montaña, un grupo de música o simplemente organiza sus ratos libres con cuatro o cinco colegas de su clase, de su urbanización, o de cualquier otro lugar, se suele dar por conseguida su felicidad por parte de los adultos que le rodean. Digamos que si el niño tiene amigos es que la cosa funciona bien. Lo que nadie te ha venido a contar nunca es la importancia de cómo deberían de ser algunos de esos amigos.

Ahora es cuando pensaréis que quiero ilustrar de modo esquemático como los amigos deberían ser siempre buenas influencias para equilibrar ese complicado juego que es la socialización secundaria, retroalimentando los buenos valores que ya de por si debería haber tenido que aportar la familia en una etapa anterior. Pero nada de eso. Hoy vengo a contarte de manera muy resumida lo importante que es en la vida tener amigos imbéciles. Y os explico.

Las películas noventeras americanas nos enseñaron que la amistad era un vínculo vitalicio que bien podría nacer al haber encontrado un cadáver entre unos matojos durante un agosto de veraneo acompañado del hijo del vecino de caravana. Ese niño, quien hasta antes del cadáver para ti era solo un desconocido, pasaría a ser una especie de confidente, muy a pesar de solo hubierais coincidido en un kiosko comprando un Frigopié. Pero no. 

La amistad en realidad dura lo que uno se quiera dejar abusar. De hecho existe una relación inversamente proporcional entre el número de amistades y el amor propio de cada uno. Las personas que generalmente se respetan lo suficiente como para mirarse al espejo con la seguridad de que están viendo lo que quieren ver, suelen tener los amigos justos para no terminar generando una enfermedad mental por aislamiento. El resto de seres humanos suelen juntarse por la misma razón por la que lo hacen las ovejas, por temer que el lobo les coja a ellas en mitad de la nada y disponer al menos de la posibilidad de poder salir corriendo entre una muchedumbre y salir indemnes. Te podrá parecer una exageración, pero te estoy definiendo las amistades como nadie lo haría jamás, porque nadie nunca va a decirte en voz alta que el Häagen-Dazs está buenísimo, pero sobre todo si es el de tu nevera.

Por eso debes pensar que la amistad, al igual que la política, siempre decepciona. Y que si tienes la suerte de pensar que estoy equivocado, no cabe otra de que en realidad seas tú el que decepciona al resto, pero nunca se atreverán tampoco a decírtelo. Esto es como el primo tonto que hay en todas las familias. Si no eres capaz de identificarlo en la tuya, es que el primo tonto eres tú.

Tener amigos imbéciles es igual o incluso más necesario que tener buenos amigos, sobre todo a una edad en que la amistad todavía se entiende como enriquecedora. Una edad en la que no pueden decepcionarte después de comerse el mejor jamón en tu casa y al llegar a la suya sacarte un loncheado plastiquero que huele a pellejo patrás. Cuando llegas a una edad hay más respeto en la comida que en las palabras y te termina doliendo más un tabulé de Mercadona y una Freeway Cola, que un hijo de la gran a puta a tus espaldas. Porque hay que ser muy hijo de la gran puta para sacarle a una visita un tabulé y un refresco de cola marca blanca.

Hoy vengo a decirte que jamás te alejes de ese amigo gilipollas que tienes, que lo tengas lo suficientemente cerca para saber siempre que debe ser el espejo en el que no mirarte. Que te rías con él, que salgas de fiesta, que vayas de bares y que cuando seáis más mayores quedes con el a desayunar. Que lo tengas ahí, como quien tiene un libro prohibido, una alerta en el móvil o un baúl lleno de decoración navideña que sabes que año tras año le sacarás partido. Aprende de ese amigo que fumaba para hacerse el mayor, que te mostró la primera bellota de hachís, que se metía en peleas porque era tonto, que se abrió la cabeza por tomar la peor decisión, que dejó los estudios y vivió del cuento de no tener vergüenza, que volvió a nacer cien veces, que le dejaron las parejas porque no tenía inquietudes, que aun hoy con más de cuarenta años sigue viviendo con los padres, que se sacó el carnet de conducir para tenerlo de adorno, que se ahoga en un vaso de agua, que culpa de todo lo malo que le ocurra a un tercero, que no para de decirte que es tú has tenido mucha suerte y que año tras año su vida sigue inmóvil desde que le quitó ese primer cigarro a su padre.

Si sabes identificarlo como quien sabe disfrutar del peligro a la distancia necesaria como para que no te salpique, habrás podido darte cuenta tras leer estas líneas que ninguna amistad te aportará tanto como la de un buen imbécil.
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