Me encantaría dinamitar Internet. Y cuando digo me encantaría es que me encantaría que ocurriese, no hacerlo yo, no porque no quisiera hacerlo, sino porque no soy nadie para llevarlo a cabo. Y os quiero explicar las razones que me llevan a pensarlo.
Habréis escuchado mil veces aquello de que para reconstruir una sociedad primero hay que hacerla pedazos. Es lo que llevamos viviendo estas últimas dos décadas de decadencia, crisis de valores y enfermedades sobredimensionadas. Piensa en la sociedad como una botella de vidrio de Coca-Cola, la de 350ml. Es dura, robusta y apetitosa. Es un producto redondo, bien medido, tanto en tamaño como en gas. La chispa es la perfecta para una buena comida, una cena fabulosa o una merienda digna de recordar. Esa botella, tal y como nos la presentan, es intocable. Está para disfrutarla, no debiendo ejercer sobre ella modificación alguna. No tiene margen de mejora.
Con la sociedad pasa lo mismo. Si quieres empezar a construir una nueva realidad no te vale con presentar una botella nueva, una lata más grande o uno de esos nuevos envases odiosos donde se queda el puto tapón agarrado a la rosca. Hay que ser muy hijo de puta para llevar a cabo de manera globalizada ese rediseño. Si quieres reconstruir debes hacerlo desde la propia botella, rompiéndola una y otra vez contra el suelo, partiéndola en mil pedazos, moliéndola, para volver a hacerla prácticamente arena y una vez así, presentar en sociedad la nueva botella, la que parece que es la de siempre, pero no lo es. Y muy pocos sabrán verlo.
A Internet le pasa lo mismo. Esto era un coto privado de caza donde salíamos a buscar la presa los mismos de siempre, los frikazos que fuimos criticados durante décadas por quedarnos en casa los viernes instalando una impresora. Los mismos que nos señalaban con el dedo han venido a apoderarse de esta campiña, con la diferencia de que ellos nunca sabrán configurar una impresora. Si lo piensas bien son como los nuevos inmigrantes ilegales de Internet. No pasaron un control de calidad, ni les pidieron el pasaporte. Entraron como ovejas porque alguien decidió que era mejor idea abrir el cercado. Salieron ya asqueados y aburridos de sus ocios nocturnos, encerrados en salas ensordecedoras, para venir a buscar el remanso de paz que otros muchos ya colonizamos, trabajamos y decoramos.
Sólo un grupo reducido de personas hicimos habitable Internet. Era una isla selvática que terminamos por convertir en un oasis y justo cuando parecía que todo estaba en orden vinieron a molestarnos con sus redes sociales, sus Netflixs y sus retos virales. El mundo en el que parece que los frikis ganaron, que las películas más taquilleras son las de Marvel, que Inditex vende camisetas de Sega y Nintendo y que ya nadie mira raro a nadie por ir por la calle como si fueses un personaje de Naruto, es la nueva botella reconstruida.
De igual forma que debemos contralar nuestras fronteras para que no permitir que un niño de la guerra de Sierra Leona se plante en España después de asesinar a cuarenta y cinco vecinos por una cuestión tribal a machetazos, no deberíamos haber permitido nunca que el neoliberalismo haya transformado este precioso coto donde hace años cada cazador sabía perfectamente respetar la naturaleza para mantenerlo todo en equilibrio y armonía. A día de hoy todo está perdido. Hay demasiados conejos y ya pronto no habrá cereales.
La botella nos la van a quitar, nos guste o no. Tenemos que asumirlo. La única opción que nos queda es romperla nosotros para rediseñarla a nuestro antojo. Si lo dejamos en las manos de siempre nada mejorará nunca. Nos prohibieron jugar al fútbol en el patio y de ahí todo ha ido a peor. Quedáis avisados.