Hoy es una de esas buenas noches de verano para darle a la cabeza junto a un helado y empezar a filosofar sobre lo divino y lo humano de este mundo hasta ahora maravilloso al que solemos llamar Internet. Veréis, para tu prima que está todo el día comentando enlaces de noticias de periódicos en Facebook puede que Internet sea un mero entretenimiento, como bien lo podría ser la novela de la tarde, ir a la peluquería o pagar el gimnasio para no ir, pero para otros, para mí, Internet es una segunda casa. Y lo digo de corazón, sin florituras literarias ni licencias poéticas. Mi puta casa.
Y te lo digo tal y como lo pienso. Internet es el patio donde he dado más balonazos sin que ningún vecino viniese a echarme la bronca. Es el banco al fresquito donde más me he reído. Es el libro que más veces he abierto. Es la cama donde más he veces he soñado y la almohada a la que más cosas le he contado. La gente habla de Internet como quien habla del horno de su casa. Un horno que está ahí, que vino con la cocina, que puede que no le saquen partido ninguno, pero que seguramente echarían en falta al minuto de no tenerlo. Y ahora es cuando pensaréis que yo entiendo Internet como si fuese un sofá, una ducha, un frigorífico o una vitrocerámica, pero no. Yo entiendo Internet como si fuese un amigo de verdad, de esos que no quedan. De esos que nunca existieron. Alguien a quien echaba de menos cuando me iba al colegio. Alguien a quien esperaba con ansia cuando apareció su tarifa plana a las seis de la tarde. Alguien, a fin de cuentas, con el que compartí habitación como si fuese un hermano más. Por eso mismo me duele tanto verla entregada al fracaso de un choque generacional que siempre pensé que me llegaría mucho más tarde. Y ahí sí que estaba equivocado. Me han hecho mayor antes de tiempo. Incluso viejo, diría yo.
Vengo a contaros que creo que en Internet ya no interesa nada, salvo la inmundicia de IG y TikTok donde se viralizan subnormales que pasan a ser los nuevos famosos y un Twitter que solo rezuma bilis ideológica. No hay nada. No hay nada más. Me atrevería a decir que ya casi nadie entra a leer ni el Marca. Han aletargado a la sociedad hasta el punto en que cada año que pasa observo como siguen legitimando todavía más a una clase política para dar lecciones de todo. Como si luego la gente fuese a tratarse un cáncer a un taller de coches, cambiase los neumáticos en la frutería o fuese al frutero a pedirle que le instale un termo. Un dislate.
Internet está tan muerto que he tenido que reinventarme. Otra vez más. Como cuando murió Napster y di con AudioGalaxy. Mi entretenimiento pasa por almacenar direcciones .onion y navegar por Tor a ver qué me voy encontrando. El hecho de que las páginas tarden en cargar te remonta a la época dorada de Internet. La suelo filtrar con anterioridad de otros repositorios para no llevarme sustos. A veces das con bibliotecas onlines, otras veces con foros de hacking, un mercado muy amplio de tiendas y lo que antiguamente se conocía como el Internet Underground que ahora los grandes buscadores los han hecho desparecer; plataformas de okupas, paskines anarkistas, manuales de guerrilla urbana, sectas disfrazadas de retiros espirituales y cualquier otro documento que una persona con una mínima inquietud le apetecería leer.
Si lo piensas es triste. La gran mayoría de la población lo busca todo hoy en Google y no suele pasar de la primera página. Al final Google se ha convertido en la Larousse esa que tenía tu padre en el salón, con la diferencia de que ahora la tiene todo el mundo y no le da empaque a ningún mueble de mampostería de un salón solvente de aquellos años noventa. Hemos vuelto a la Encarta 2000 donde todos los chavales de una clase con ordenador terminaban presentando el mismo trabajo sobre la prehistoria, pero sin el placer de escuchar como se abre y se cierra la tapa de un lector de CDs.
Si lo piensas bien, a la evolución de Internet le ha pasado exactamente lo mismo que al salto a la democracia. Puede que ahora todo sea más accesible, muchísimo más rápido y más amplio, pero no quiere decir que sea mejor. Cuando los medios dicen que algo se ha democratizado le suelen achacar un componente positivo, como si directamente la democracia fuese buena per se, como si en su sentido contrario, todo lo que viniese en una dictadura fuese horrible.
La gente es incapaz de verlo, pero todo iría mejor si en vez de democratizar tanto empezásemos a dictatorizar algo. Si tienes capacidad para verlo y hablando en estos términos, la democracia sería algo así como el autobús, medianamente funcional, con sus fallos, sus retrasos, sus paradas, su amplia compañía y su accesibilidad, donde lo mismo compartes asiento con una ancianita tranquila que con un mendigo empapado en orín. En cambio, la dictadura sería el taxi. La conclusión es sencilla. Nadie en su sano juicio prefiere un autobús antes que un taxi. Pero bueno, vivimos tiempos difíciles. Debe ser otro de esos peajes más a pagar por disfrutar de unas falsas libertades políticas que únicamente han beneficiado a todos aquellos que ahora viven de la política.