14/12/23

La Calle Montera de Internet

El otro día me indigné mucho cuando me enteré de la tontería esa de los metatopless en Twitch de las neoprostitutas de turno. Mi indignación no tiene nada que ver con ninguna corriente ultracatólica ni otra religión que se pueda profesar sin parecer un tarado. Tampoco si quiera por llegar a ser un tarado, más allá de poder terminar creyendo en la Pachamama o en una palmera de huevo como ser supremo. Todo esto guarda una relación más estrecha con el caos y, quien tolera el desorden para evitar la guerra, primero tiene el desorden y luego tiene la guerra. Aun así, voy a extrapolar esta aberración de esta nueva socialización moderna a un ejemplo que todos los hombres de bien entenderán a la primera.


Por todos es sabido que no te puedes fiar de alguien que no guarde porno en su ordenador. Ahora la gente lo consume todo online, pero un hombre de verdad sabe que se debe a la disponibilidad de la cosa, donde y cuando quiera, tan solo dependiendo de la red eléctrica. Es decir, si mañana el mundo conocido en Internet desapareciese, un hombre en condiciones podría consumir pornografía porque algo tiene guardado. Y sobre todo bien guardado.

Y con bien guardado no me refiero a escondido necesariamente. Con bien guardado me refiero al mismo patrón que sigues cuando guardas las cucharillas de postre en el cajón de los cubiertos. Nada nuevo. Las cucharillas tienen su sitio, al igual que lo tienen los tenedores, las cucharas o los cuchillos. Nadie va a su cuarto de baño y se encuentra dos cucharillas de postre en el vasito de los cepillos de dientes, como tampoco vas encontrándote memorias USB repartidas entre la terraza, el trastero o la guantera de tu coche. En una mente mínimamente ordenada, las cosas tienen su sitio, su lugar y también su momento. Nadie guarda porno en la raíz de C:, directamente en Archivos de Programa, o en System32. La gente guarda el porno donde hay que guardarlo. En su sitio. Y Twitch no es sitio para que unas mujeres cuyo único interés pase por ver unas tetas más, terminen por destruir una plataforma nacida para ver a personas jugar a videojuegos, que de otro modo me daría igual si fuese un empresa dedicada a la ceba de gansos, a la emisión en directo de competiciones de polca, o la distribución de novelas sin finalizar.

Si en pleno siglo XXI alguien quiere consumir pornografía o sus respectivos derivados sabe perfectamente hacia dónde debe dirigirse, de igual forma que un toxicómano sabe a qué barrio debe ir para comprar su dosis. Nadie en su sano juicio quiere ver menesterosos en el centro de sus ciudades, ni prostitución en el parque donde juegan sus hijos. Y esto no es más que lo está ocurriendo ahora.

Internet no es más que una gran parte de mi barrio, un barrio que no se puede ensuciar comiendo pipas y abandonando las cáscaras junto a dos latas de Coca-Cola a los pies un banco, pero cuyas calles sucias se manifiestan de esta manera, sin que muchos lo vean, entre otras cosas porque no tienen capacidad para ver nada. Esos escotes en Twitch son el caballo de Troya para que tu Internet de barrio termine siendo la calle Montera a las tres de la tarde sin que te des cuenta.

A la Internet de calidad le quedan dos días como no hagáis nada por cuidar vuestro barrio. Luego lloraréis y os preguntaréis que cómo hemos podido llegar hasta aquí cuando hace unos años Yonkis.com y Razorback te aderezaban las mejores navidades posibles. Esto es como si te presentas en una churrería de barrio a las nueve de la mañana para que Mohamed te termine sirviendo un kebab. Y los kebab están bien, pero en su lugar y su momento. Todo lo demás es el demonio.
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