13/5/21

Generalmente no suelo leer novelas

Y digo generalmente porque para hacerme entender en primer lugar tendría que enseñaros qué es realmente una novela. Aunque os pueda parecer una soberana tontería la gente no sabe diferenciar una novela de otra cosa, al igual que la gran mayoría no sabrían distinguir un libro de un ladrillo. Una novela no es más que una obra literaria de una supuesta extensión unida por lo general a la ficción. La ficción es a su vez es una mentira, una invención, un fingimiento. Así es como leer novelas no es más que leer mentiras, a fin de cuentas leer novelas sería algo equiparable a perder el tiempo.

Siempre he pensado que los amantes de las novelas son personas con una vida muy insignificante, personas que poseen una facilidad tremenda para ser sorprendidos. Los mismos que fliparon con la Gioconda, o los que se creen que una merienda sabe mejor por pagarla en el Café Gijón rodeado de perdedores. Si hay algo peor que la gente que lee novelas es la gente que no para de hacer saber al resto que las lee. Es lo más parecido a mostrar tus vergüenzas.

Veréis, os voy a contar un secreto que muy poca gente conoce. Aunque te cueste creerlo, a todos los libros les sobran cien páginas, independientemente de las que tengan. A todos. Es algo que muy pocos sabemos. Si alguna vez te has leído una historia maravillosa, siempre y cuando tengas el suficiente criterio como para valorarla, quiero que sepas que no te has leído una novela. Toda buena historia es real. Siempre ha sido así. Si la venden como novela en sencillamente porque nadie querría exponerse a hacer público aquello que de alguna manera u otra han vivido. La ficción siempre viene descafeinada. La realidad es como un puñetazo en el estómago que te deja sin respiración y que sin saber porqué el propio alivio te termina provocando una durísima erección.

Os voy a contar una historia, real como siempre, que os hará entender está manera de estructurar la literatura. Cuando se produce una desaparición mediática, durante la investigación, la búsqueda del cadáver, o los largos días intentando aglutinar el mayor número de pruebas, generalmente suele aparecer siempre la figura de una vidente. La vidente siempre aparece cuando tiene que aparecer, entre el cénit del share matinal que se pelean las principales cadenas de televisión. Pocas veces se filtra, más que nada porque sería imposible hacerle entender al vulgo que toda una élite de la investigación está en manos de la Bruja Lola. Aunque os pueda parecer una locura, a la vidente siempre se le escucha. Siempre.

Si la historia te la dejase de contar en este punto, seguramente más de la mitad de los lectores pensasen en la absurdez de gastar tiempo y prestigio en dedicarle tiempo a una bruja o a una médium, que muy posiblemente lo único que quiere es su momento de gloria antes de terminar apulgarándose en el cajón más infecto de una vida de olvidos. Sin embargo, estoy seguro de que muy pocos pensarían que esa bruja no fuese más que alguien contratada para soltar la información que a otros les hubiese supuesto una confesión, un gran problema y posiblemente hasta una condena.

A veces es así como una médium dice justo lo necesario para seguir adelante con la investigación. Es la que triangula una posición en mitad de un trance, la que señala que ve un pozo al lado de una hacienda y un cartel que pone N-32, o la que es capaz de asegurarte como lugar de enterramiento el árbol número veintiuno en la finca Majaloba para al llegar comprobar que estaban plantados en filas y columnas de dieciocho. Una médium a veces no es más que el "basado en hechos reales" de algunas películas. Unos entenderán que todo lo van a ver es mentira. Otros entendemos que van a soltar las pistas necesarias sin incriminar a nadie. Eso es precisamente lo que le pasa siempre a una buena historia real cuando la hacen pasar por novela, que no quiere incriminar a nadie.

La médium no es más que la excusa, una herramienta, es el cura saltándose el secreto de confesión, es el niño de siete años que dice que lo vio, es el taxista año y medio después, es la prostituta toxicómana que lo reconoció, el enfermo de cáncer que ahora sí quiere hablar. Cuando tengáis un libro delante, lo primero que tenéis que aprender es a diferenciar si es realmente una novela, o una novela. Y sobre todo, sea como fuere, no contar nunca que la habéis leído.

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