23/6/25

Iusracionalismo y Derechos Humanos

Esta noche hace calor, pero no del que agobia, sino del que acompaña. Calor de calle tranquila, de farolas amarillas, de esas antiguas de las que ya quedan pocas. Noches de esas en las que uno empieza pensando en una cosa y termina con otra distinta entre las manos sin darse cuenta. Venía con la intención de ponerme con una película tras terminar unas cosillas, y aquí estoy, dándole vueltas a la vida como quien se sube a una noria solo por las vistas. Así somos los que no tenemos jefe en la cabeza; lo mismo nos calentamos por una tontería que nos ponemos filosóficos antes de acabarnos el yogur de coco.

Hace un rato he parado de hacer limpieza en mi disco duro y me he puesto a escribir estas líneas. Ordenar los archivos y las carpetas es lo más parecido a hacerte una limpieza de karma. A veces prefiero tener el cesto de la ropa hasta arriba antes que perder el orden de mis discos duros. Tu directorio es un reflejo de tu vida. Pero eso es otro tema que hoy no vamos a tratar. De entre todos los archivos que estaba clasificando, dentro de mi carpeta de capturas de pantalla, imágenes, textos e información inconclusa me he encontrado con esta que aquí os muestro. Una captura de pantalla que hice de un comentario que publicó una usuaria de Facebook en una de esas noticias de prensa donde debajo de la misma un montón de descerebrados empiezan a decir lo que opinan. Por aquí os la dejo.

Me quedé pasmado. Hacía mucho tiempo que no leía una contradicción tan grande en sí misma. La noticia en sí era sobre un asesinato. Uno de esos asesinatos mediáticos que abren los telediarios aunque en la misma semana hayan existido otros tantos de los que nadie informa. No podía parar de leer la frase: "Yo, que estoy en contra de tomarse la justicia por su mano, si soy testigo de una paliza a mis hijos, que no me den una pistola, porque disparo". Una mujer llamada Ana García, asegurando que estaba totalmente en contra de aplicar el ojo por ojo, aseveraba que estaría dispuesta a nada menos que a matar si presenciaba una paliza alguno de sus hijos. Algo, que en lo personal, al menos a lo que refiere a quitarle la vida a alguien que ha apalizado a su hijo, a mí me parece bien. No obstante, no podía olvidar la idea de su propia contradicción que utilizando la lógica más aplastante lo visualicé de la siguiente manera:

Ella está en contra de que alguien se tome la justicia por su mano, por lo tanto en el contexto donde se comentó, ella le está diciendo a las víctimas que han sufrido el asesinato de un ser querido que dejen a la justicia trabajar, que no se entrometan y que respeten el cauce legal y los derechos inalienables de todo agresor. Sin embargo, si es ella quien lo sufre, ya no el asesinato, sino una simple paliza que por muy dolorosa que sea le permitiría seguir disfrutando de sus hijos, estaría a favor, ahora sí porque la sufridora es ella, de matar a los agresores, que no asesinos, con una pistola. Así que ya os podéis imaginar lo tonta y lo hija de puta que hay que ser para que no te importe dejar por escrito un comentario así en una noticia de tal calibre. No se puede ser más egoísta. No se puede ser más hipócrita. Y esto es lo que me ha hecho pensar.

Siempre me ha hecho ruido la idea de que los Derechos Humanos se tengan por el mero hecho de nacer. Que uno ya venga con ese pack completo como si al salir del útero te diesen un manual de garantías universales. Vida, libertad, dignidad, propiedad, como si fuesen piezas del coche. Como si no hiciese falta demostrar nada para merecerlo todo. Iusnaturalismo lo llaman los juristas. A mí siempre me ha sonado más a fe ciega que a razonamiento. Y claro, quien vino a matar a Dios lo hizo para cambiarlo por otro.

Yo no creo en eso. No puedo. No quiero. Me parece infantil. Me parece un lujo de salón occidental. De esos que se aplauden en las cumbres europeas mientras los que deciden todo beben agua con gas en salas con moqueta. Nunca he entendido cómo se puede hablar de dignidad inherente mientras hay gente que, sabiendo lo que hace, sabiendo lo que significa, mata, viola, tortura y revienta la vida de otros. Y luego viene alguien con corbata y te dice que ese también tiene derechos, y que no se le puede tocar ni un pelo porque su vida vale lo mismo que la del niño al que enterraron sin cabeza. Pues no. Será que estoy mayor. Será que no he leído lo suficiente. O será que sí, pero no quiero mentirme.

Lo bueno que tiene la realidad criminal es que no puedes dulcificarla. No hay nada más políticamente incorrecto que un informe forense. En Utrera, en Barcelona, en Pekín o en La Paz, veinticinco puñaladas en el tórax son veinticinco puñaladas en el tórax. No hay forma de no hacerlo científico. Arrancarle los ojos a alguien, cortarle la cabeza, electrocutarle, reventar un himen, lesionar un cérvix o desgarrar un ano no tienen otra traducción. La tragedia negra es la bofetada sin manos más grande que se pueda llevar alguien. Por eso no entiende de justificaciones, discursos, banderas o partidos políticos. Por mucho que algunos vivan de intentarlo.

A mí, si me preguntan, los Derechos Humanos deberían haberse diseñado bajo una perspectiva iusracionalista. Si te comportas como un ser humano, los tienes. Si no, no. Así de sencillo. Que no es otra cosa que decir que no por nacer con forma humana lo eres. Que hay que parecerlo un poco también por dentro. Que la dignidad no se hereda, se cultiva. Y que, si la destruyes tú mismo con tus actos, no vengas luego a exigir que se te respete la que acabas de pisotear.

Por eso me hace gracia cuando escucho a los que se rasgan las vestiduras cada vez que alguien habla de la pena de muerte. Como si fuera una barbaridad innombrable. Como si defender que alguien pague con su vida un acto inhumano te convirtiese en un salvaje. Creo que la barbaridad guarda más relación con dejar vivo a quien destroza todo lo que toca. Barbaridad es mirar a la familia del asesinado y decirle que su verdugo dormirá cada noche con calefacción, tres comidas al día y un abogado que le cuidará los tecnicismos. Que tiene derechos, más que la víctima. Y que debemos protegerlo todo lo que no se pudo proteger a su hijo, a su hermano, a su pareja o sus padres. Barbaridad es eso. Lo otro debería ser la consecuencia lógica.

Internet está lleno de gente que piensa que pensar ya es demasiado. Que si no dices lo que todos dicen, eres facha, cavernícola, franquista, o lo que toque ese mes. Gente que no distingue entre justicia y venganza, entre racionalidad y odio. A mí no me da miedo que me llamen nada, porque ya no queda nada nuevo que puedan llamarme. Si alguien te insulta por pensar lo mismo que en estas líneas, pregúntale luego qué piensa sobre Kant, que seguramente a él no se atreva a insultarle, aunque ambos penséis lo mismo. Tampoco gastes tiempo en explicarle sus razones sobre justicia retributiva e imperativo categórico. Simplemente sonríe comprobando lo fácil que es insultar a alguien que no se llama Immanuel Kant, aunque digan y piensen lo mismo.

Esto me recuerda al que siempre se da golpes de pecho hablando de la gran democracia ateniense, porque lo lleva escuchando toda la vida, obviando la exclusión social en la participación democrática, la esclavitud o la normalización de la pederastia. Piensa que algunos entienden que de ahí emana la justicia social, de la misma manera que dentro de muchos siglos otros entenderán que nosotros éramos unos auténticos gilipollas alimentando alimañas en prisión por el mero hecho de parecer más democráticos. Como si la democracia tuviese alguna relación con el hecho de ser tu peor enemigo y no parar de comportarte como un auténtico gilipollas.

Y mientras tanto, la calle huele a verano. Huele a helado derretido y suena al frotar de esas servilletas que nunca limpian pero que siempre están en los bares. Los ventiladores hacen lo que pueden y el silencio tiene forma de pensamiento. Me pregunto si llegará el día en que dejemos de tratar la dignidad como si fuese un código QR que viene impreso en el nacimiento. Me pregunto si alguien más se atreverá a decir que para ser humano no basta con parecerlo.

No te digo que me creas. Pero si alguna vez te topas con alguien que te diga que un asesino tiene los mismos derechos que tú, mírale bien a los ojos. Y pregúntate si de verdad lo piensa o si solo repite lo que hay que decir para no meterse en líos. A veces la verdad no necesita argumentos. Solo necesita a alguien que la diga en voz alta.

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