2/8/20

Los nuevos pobres

Llevo un tiempo que me apetece escribir algo para hablaros de todo y a la misma vez no contaros absolutamente nada concreto, de ahí que me haya sentado delante del teclado sin saber ni cómo empezar ni mucho menos de qué manera terminar. Eso sí, sé lo que quiero contaros. Llevo un tiempo tremendo observándolo, yo diría incluso que estudiándolo. De hecho es más que posible que no exista nadie en la faz de la tierra que sepa más de este tema que yo, sobre todo porque dudo que haya alguien tan gilipollas como para dedicarle más tiempo del que yo le vengo dedicando.

El folio en blanco siempre fue algo que me motivó lo suficiente como para empezar a llenarlo de tinta. Yo creo que por eso dibujo tan mal, por compensar. Con la escritura me pasa lo mismo que con el fútbol, no es que considere que sea bueno en ello, es que es el único deporte que he practicado sin sentirme ridículo. Contando historias me pasa lo mismo. Esto no es más que el resultado de gustarse a uno mismo, con independencia de cómo te vean el resto de seres humanos. Algunos lo tacharán de soberbia, generalmente los acomplejados. Muy pocos saben reconocer el tacto aterciopelado del mejor traje que pueda llevar un hombre, el de la seguridad en uno mismo.

Para llegar a entender este pequeño estudio del que os hablo os tendréis que remontar a los años noventa, a una España que iba a comprar a Hipercor con dos carritos por familia con un lineal de cuarenta cajas abiertas dando empleo a mujeres bien maquilladas. Esta España era la misma en la que el cielo era cosa de unos pocos y donde no existía una clase social que pudiese surcar las nubes viajando en autobuses con alas. Era la España medio analfabeta que empezó a disfrutar de la dulce mentira de la democracia, la España de la cultura del pelotazo, a fin de cuentas la de siempre, la de Rinconete y Cortadillo con una manita de pintura. La que siempre seremos aunque nos disfracemos de modernos.

Fue aquí cuando nació el nuevo rico al que todos conocéis. El cateto con dinero que lo ganó todo sin sacrificio alguno. El que vendió aquellos terrenos para el AVE, el cuñado de aquel concejal de urbanismo o el mismo concejal de urbanismo. En aquella época presumir de lo que uno tenía estaba bien visto, o mejor dicho, estaba bien mirao. España intentaba democratizar aquello de la envidia a sabiendas de que ya no podía dirimirlo en un paredón con fusiles. Al igual que decía la canción, de lunares el pañuelo. La cosa era hacerlo ver.

Pasaron demasiadas cosas como para ir desmembrándolas aquí y ahora, pero lo cierto es que con el paso de los años, salvo que vivas de ello en Instagram no está socialmente bien reconocido presumir de dinero, aunque se vea a la legua que lo tienes, por aquello de socializar con la masa, como quien va a Kenia a hacerse fotos con los indígenas pero luego termina cenando ostras con champán en un hotel a todo lujo. Fue justamente aquí, cuando nació el nuevo pobre.

Aunque todavía no lo sabes conoces a muchísimos nuevos pobres. Sinceramente creo que tú no eres uno de ellos, lo digo de corazón. Un nuevo pobre no suele llegar hasta este punto porque la riqueza de su soberbia ya estaría lo suficientemente dañada como para no entrar en este blog nunca más. Tanto el nuevo pobre como el rico comparten de igual manera el mal gusto por la vanidad. Son exactamente iguales, a diferencia únicamente de sus cuentas corrientes. Ambos igual de muertos en vida.

Sé que no ha venido nadie a contártelo, pero para eso entras aquí. La mayor mentira que ha sufrido España no fue la crisis del ladrillo, sino la burbuja universitaria. Nuestros políticos nos vendieron que todos éramos válidos para terminar estudios superiores y así ellos poder presentarle a la Unión Europea informes de calidad y formación con índices más elevados. Los que vengáis peinando más tres décadas os dirían aquello de que en cuarto año de carrera ya vendría alguien a ficharos para un gran empresa. Los que seguisteis creyendo en esa leyenda hicisteis un máster. Los mongolos que caísteis en todas las trampas sois ahora profesores adjuntos.

Fue así como llegó la segunda ola de la titulitis y el culto por la falsa y pobre formación de todos aquellos que nunca llegaron a triunfar para lo que estudiaron. A esto se le conoce como sociedad bulímica, la misma que absorbe una cantidad ingente de jóvenes para realizar estudios superiores pero que finalmente los acaba vomitando en un mercado laboral incapaz de adoptarlos para lo que fueron formados. Es aquí, gracias al fuerte choque de la realidad, cuando la vanidad se tornó en papel timbrado y pasó a ser la nueva medida universal para diferenciar entre la validez de los seres humanos. Estudiar se convirtió en la nueva manera de estratificar jóvenes más allá de la validez futura de lo que hubiesen hecho. Así nació la figura del licenciado a secas o actualmente el graduado. "Ojo, que yo soy licenciado.- Magnífico, pues póngame dos McMenús."

Los conocéis, estoy seguro. Hay de todas clases y tipos. Los que coleccionan carreras solo para contarlo, los que pelean comparando titulaciones, o los que sirven cafés en grandes bufetes de Abogados. Tened bien claro que el denominador común está únicamente en la vanidad, en la exposición, en la extimidad de su vida privada como autojustificación pública de lo poco que son y de lo que nunca llegarán a ser. La clave para diferenciarlos es que vengan a contártelo. Decía un chiste: "Hay sentados en una reunión un vegano, una feminista y un tío con tres carreras y dos máster. ¿Quién de los tres es el primero en contártelo?". Creo que ahora el concepto se hace más palpable.

Sobre el nuevo pobre se podrían escribir desde greguerías hasta infumables ensayos. Yo entre todos ellos tengo uno que es mi favorito. Me gusta llamarlo el literato, aunque realmente es el que abrazó los libros porque no entendía las matemáticas. Es el que subió aquella foto a Facebook diciéndole a las mujeres que no follasen con hombres que no tuviesen libros en sus casas, como si las bragas una se las bajase para recitar a Lorca. Su personalidad es la misma que la del rebotado del fútbol, el malo y lento que terminó en el baloncesto y allí no le elegían el último por ser gordo y alto. Yo sé que le conoces. Todos ellos son acomplejados que deben refutar cada cinco minutos su subnormalidad delante de un espejo, o como en estos actuales casos, en cualquier red social.

Quiero que adaptéis a vuestro vocabulario el concepto de nuevo pobre porque ayudará a la sociedad a conocerlos lo suficiente como para no escucharles. Tampoco es necesario ninguna persecución, ni tan siquiera un señalamiento. Me basta con que cada uno sepa reconocerles al igual que lo harías con un calvo. No tienes ninguna necesidad de decirle al calvo que lo es, pero lo que sí es cierto es que ese calvo no es nadie para decirte a ti cómo debes peinarte.

El nuevo pobre es aquel que pertenece a la primera generación que empezó a vivir peor que sus padres, alguien cercano a los cuarenta que no goza de independencia alguna, futuro heredero de la única vivienda que podrá medio mantener y totalmente convencido de que pertenece al club de los poetas muertos. El nuevo pobre es alguien que no ha juntado dos letras en su vida, pero aun así se ve con la potestad de subir a Internet una crítica literaria de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. A fin de cuestas son una tribu urbana que adoptan la apariencia exterior de cualquier otra. Los tienes de todas las formas y colores, lo que supone una dificultad añadida para diferenciarlos donde lo más normal es que una vez lo hayas conseguido clasificar sea lo suficientemente tarde como para que ya te haya comido la oreja contándote lo bien que se lo pasó en aquella playa en Croacia.

Tontos parados con títulos, con todo el tiempo del mundo para leer novelas, ver películas y series y sobre todo con el único interés de hacérselo ver al mundo. Gente que dedica la totalidad de su vida a situaciones desprovistas de sacrificio alguno que siempre se pueden hacer desde el sofá. Espero haberte podido echar una mano.
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