28/5/18

Aquel blog que me robaron

Hace más de diez años tuve mi primer blog, que no mi primera web. Allí escribía, al igual que lo hago aquí, por gusto, por placer, incluso creo que por evasión social. Sale más barato que un psicólogo y en ambas situaciones voy a tener la misma sensación de que no me escucha nadie. El caso es que tuve un blog, bastante bueno por cierto, del que hoy os quiero contar algo.

Antes de nada dejar claro que esto que hoy quiero dejar plasmado no es ninguna crítica hacia ninguna persona ni entidad, es simplemente algo que ocurrió y que posiblemente nadie ya recuerde. Aun así, evitaré ciertos datos, porque tampoco tengo la intención de hacerle recordar nada a nadie. Ni falta que hace.

La información con la que hoy se comercia en Internet está tan globalizada que puedes enterarte de lo mismo por WeBlogsSL, por Hipertexual, o por ElPaís. Esto no ocurría así hace una década. Yo lo comparo con el hecho de viajar. Hace veinte años podías visitar París y entre otras cosas ver parisinos. Podías volverte con una joya para tu mujer y un perfume para tu hija a sabiendas de que ninguna de las dos podría conseguir aquel regalo en España. Te traías contigo un trozo de la ciudad y se lo entregabas a otra persona. Era una manera de decirle que una parte de aquellas calles ahora le correspondía, sin incluso haberla llegado a pisar. Ahora da igual. A cualquier gran capital que vayas te vas a encontrar un Starbucks, un Zara, un Tiger y un Dunkin' Coffee. Es así. Incluso muchas veces están hasta en orden. Un Starbucks, un Zara, un Tiger y un Dunkin' Coffee. Da igual que estés en Madrid, en Copenhague, en Berlín o en Viena. Ahora ya casi resulta imposible entregarle a alguien un trocito de otro lugar. Por eso mismo, desde hace más de diez años, siempre me vuelvo a casa de los viajes con el agua de sus ríos, de sus costas, con la tierra húmeda de sus campos o la arena de sus desiertos. Es la única forma que te queda de llevarte un trozo único de otra tierra, literalmente. Esto mismo es lo que pasa ahora con Internet.

Hace quince años, cuando todavía se podían regalar perfumes únicos, cuando la gente todavía buscaba la información importándole los nombres y apellidos de la fuente a la que se dirigía, yo tenía uno de esos blogs. Recuerdo que las visitas llegaron a acumularse tanto que el servidor dejaba de funcionar. Lo llamaban el "Efecto Yonkis", ya sabéis, ese que se producía muchas veces cuando te linkeaban desde su portal. Recuerdo que en el ranking de Alexa llegó a posicionarse sobre el 500.000. Nunca le di importancia porque sinceramente creo que no la tenía.

Desconocía el uso de cualquier herramienta de blogs. Yo simplemente escribía, mayormente bobadas. La diferencia residía en que eran mis bobadas. No eran las de otro. Eran tan mías que simplemente yo podía conocerlas. Imagino que eso era lo que tanto gustó. De Facebook nadie había oído hablar, ni existían las redes sociales tales como hoy se conocen. No me publicité más que en algún aseo público, donde de vez en cuando escribía la URL al lado de donde los maricones ponen cuánto les mide y el interés que tienen por mamar a un maduro. Al igual que ahora escribía para mí. Aun conservo todo aquello. O parte.

Una mañana paseando, un chaval que trabajaba repartiendo periódicos me ofreció un ejemplar del 20Minutos y fue ahí cuando vi aquel concurso de Premios 20Blogs, del cual creo que a día de hoy sigue su celebración anual, incluso hasta de vez en cuando han aparecido personajes de la talla de Pérez-Reverte. Ahora parecen hasta de fiar. Yo, sin pensarlo demasiado, decidí inscribirme formalmente. Más allá del formulario, tuve que linkear un banner del concurso en la cabecera de mi blog para facilitar las votaciones y continuar, como había hecho hasta siempre, contando mis gilipolleces.

Fue entonces cuando comencé a recibir mails de otros participantes, muchos de ellos profesionales de Internet, con espacios conocidos y más que monetizados donde comenzaron a trabajar su táctica para ganar aquel concurso desde el primer minuto. Su argumento era el siguiente: "Como tenemos que votarnos entre los propios participantes, votadme todos a mí que soy muy bueno, por lo menos de esa manera ganará alguien que se lo merezca. De otra forma repartiremos los votos y al final terminará ganando cualquiera que quiera el público." Estos mails eran más que machacantes, a veces en cadena, incluso con links referidos para asignar votos tras hacer clicks fraudulentos, donde se terminaban respondiendo entre todos y se generó un caos de amistades y rascadas de espalda a las que a mí siempre me ha gustado llamar mamadas 2.0.

El jurado falló con los meses y terminó ganando alguien que no me acuerdo. Creo que el premio era entre otras cosas, hacerle bloguero del periódico 20Minutos, no sé ahora mismo si durante un año, para ver si la creación de su contenido funcionaba como para hacerle bloguero profesional. Pasó el tiempo y yo seguí a lo mío. A mis bobadas.

Fue entonces cuando viví aquel "Efecto Yonkis" y no precisamente porque me linkease Yonkis. No sé de donde, pero me empezó a entrar tanto tráfico que recibía cientos de insultos diarios. Yo seguía a lo mío, por eso siempre me han hecho gracia todos los mongolos de ahora que dicen que tienen ansiedad por verse expuestos en las redes. La gente es muy dada a insultar detrás de un monitor. La pantalla es la única posibilidad que tiene un fracasado de acercarse a ti levantándote la voz, sin que tú tan siquiera llegues a escucharla. Por aquel entonces los teléfonos móviles todavía no tenían Internet y los correos tampoco tenían la capacidad que tienen ahora. Solamente podía divertirme desde un PC de sobremesa y cada vez que me conectaba me encontraba una bandeja de entrada hasta arriba de notificaciones cagándose en mi puta madre. Recuerdo que según borraba los correos de uno en uno me seguían entrando otros nuevos donde el discurso no solía cambiar para nada. Los había que copiaban páginas y páginas de El Quijote, hasta agotar el número máximo de caracteres, y comentaban todos y cada uno de los post repetidamente, con el mismo fragmento de la obra, en modo invasión, para hacer con ello imposible la comunicación entre los usuarios. Todo esto siempre ocurre por lo mismo, envidia, de lo que sea. No existe ninguna buena publicación sin su oleada de troles.

Con el paso de las semanas decidí buscarme a mí mismo en Google. Tras aquel "Efecto Yonkis" muchos foros, otros blogs y otros tantos comentarios de noticias de periódicos tenían linkeados algunos de aquellos post  y no precisamente por mí. Yo nunca salí de la URL entre aquel "20 juguetona, quiero mamar" de aquellos servicios en los que meaba de lunes a viernes. Busqué y encontré, nada más y nada menos que un blog calcado al mío, eso sí, dentro ahora del mismo periódico de 20Minutos.

Los Premios 20Blogs fueron nada más que la idea al aire para que picásemos los suficientes y que ellos obtuviesen los beneficios más rentables. Copiaron mi blog, incluso a veces con el mismo contenido, párrafo a párrafo, de historias que solamente conocía yo, entre otras cosas porque eran mis historias. Le mandé un mail al director del periódico por aquel entonces, Arsenio Escolar y me contestó al momento. Muy educadamente tengo que añadir y pidiendo disculpas a la primera de cambio, antes incluso de comprobar todo lo que yo le estaba contando, que además venía documentado con links y capturas de pantalla. Vine a decirle, con mucha guasa, que no había necesidad de meter en nómina a nadie copiando mi contenido, cuando ya me tenían a mí. Como cuando Milhouse le dijo a Lisa Simpson que no tenía que sacar al Milhouse que habitaba dentro de Nelson, que a él no tenía que sacarle de ningún sitio. Me volvió a contestar, me reiteró las disculpas, habló con el autor y le hizo citarme en cada uno de los párrafos que había copiado literalmente.

Hoy he vuelto a buscarlo y todavía sigue ahí. Hoy he seguido buscando y he visto quién me metió en realidad tanto tráfico. Hoy sigo pensando lo mismo que hace quince años. La única posibilidad que tiene un mediocre de sobresalir es pisando al resto.
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