11/1/17

El Mundial de Fútbol que Mussolini planeó cuatro años antes

La década de los años 30 se inició con la puesta veraniega del Mundial de Fútbol con sede en Uruguay. La selección anfitriona fue una de las clasificadas para la final junto con Argentina. Los albicelestes se fueron al descanso con ventaja pero nadie entendía porque a uno de sus centrocampistas se le escuchaba llorar desconsolado y abiertamente desde los vestuarios. Se trataba de Luis Monti. No tenía ninguna intención de pisar el césped puesto que días antes había recibido amenazas de muerte si terminaba haciéndose con el título de campeón, tanto él como su madre. Todo apuntaba que un grupo violento de uruguayos pretendía amedrentar al futbolista para facilitar la victoria de los de casa. Monti terminó jugando la segunda parte por obligación de su entrenador con el mismo ímpetu futbolístico que una bailarina de ballet clásico. Si un rival se caía al suelo él iba corriendo a levantarlo, si otro defensor se torcía un tobillo él se apresuraba a posarle las manos para intentar sanárselo. Finalmente Argentina terminó derrotada y toda la culpa de ello cayó en los hombros de Luis Monti.


A los cuatro años siguiente Italia fue la galardonada con la sede de Mundial de Fútbol y ese momento no era algo que Benito Mussolini fuese a dejar escapar a la ligera. Aprovechando el uso de las leyes que regulaban el fútbol por aquel entonces, Mussolini estaba muy interesado en tener entre sus filas a Luis Monti que a pesar de haber disputado partidos oficiales con Uruguay podría nacionalizarse y jugar con Italia. A pesar de haber realizado una pésima final durante el Mundial de Uruguay por el motivo que ya todos conocemos, era un futbolista espléndido que marcaba la diferencia. Destruido y apaleado por los argentinos Monti aceptó la oferta de la federación italiana con las siguientes palabras: “Fue maravilloso, todos los argentinos me habían hecho sentir una porquería, un gusano tildándome de cobarde y echándome la culpa exclusivamente de la derrota de los uruguayos. Y de pronto me encontraba ante dos personas venidas del extranjero a ofrecerme una fortuna por jugar al fútbol”.

Italia no hizo mal torneo, más aun jugando en casa, con la camisa negra y un sinfín de militares en el palco con los ojos muy abiertos y los bigotes muy tirantes. Días antes de la final en el Palacio Venecia de Roma, Benito Mussolini tuvo una conversación con el General Vaccaro, Presidente del Comité Olímpico de Italia.

- General, Italia debe ganar este Mundial que jugamos en casa.
- Haremos todo lo posible, Duce.
- Creo que no me ha entendido bien, general. He dicho que Italia debe ganar este Mundial. Tómelo como una orden.


La noche del diez de junio previa a la final contra Checoslovaquia, Mussolini se personó en el hotel de concentración de la selección italiana. Por sorpresa y sin avisar a nadie entró en la cena: “Señores, si los checos son correctos seremos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar a prepotentes, el italiano debe dar un golpe y el adversario caer. Buena suerte para mañana y no se olviden de mi promesa”. Ahora, en la lejanía os puede parecer hasta motivador, pero el Duce se alejó de la sala mientras se llevaba la mano al cuello y simulaba un corte en la yugular.

Al día siguiente, después de la que posiblemente fue la peor noche de aquellos deportistas, el partido comenzó. Italia tiritaba. Sentía el frío de la muerte. Y para colmo Pue empezó marcando para Checoslovaquia. Cuando Orsi llegó a empatar para Italia Mario Monti reventó en su estado de ansiedad y comenzó a tirarle patadas a su compañero durante la celebración del gol mientras le gritaba nos salvaste la vida. Italia terminó imponiéndose con un gol de Schiavio.


Lo que más me gusta de esta foto es verles la cara a esos once futbolistas. Algunos parecen hasta resoplar. Eran campeones del mundo, pero seguro que les importaba mucho más haber regateado a la muerte.

Lo que se supo años más tarde es que Benito Mussolini había enviado a dos espías italianos a Uruguay, Marco Scaglia y Luciano Beneti, quienes se encargaron personalmente de enviarles las epístolas a Mario y a su madre, cuatro años antes de aquella final. Sabía que hundiéndole en la miseria le abriría los brazos encantados a una nueva nación que lo recibiría como un héroe.

Años más tarde Monti comentaba: “En 1930, en Uruguay me querían matar si ganaba y en Italia cuatro años más tarde si perdía.”



Aquí tenéis un buen reportaje con imágenes de aquel partido donde algo se puede observar de aquellas celebraciones que iban muchos más allá de un gol.
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