11/2/23

IKEA, Merkamueble y el efecto saludo

La primera vez que pisé un IKEA fue una experiencia sobresaliente. Me encandiló aquel eslogan que decía "Redecora tu vida". El hecho de volver a decorar algo que ya llevaba años decorado me planteó la idea de que todo era susceptible de mejorar con bastante poco esfuerzo. IKEA fue una gran ventana de oportunidad que rompió la manida idea de pisar siempre un Merkamueble cada vez que querías comprar una estantería nueva. Entrar en aquel IKEA y comprar dos plantas de plástico por tres pesetas fue una sensación similar a la de aquel Hipercor en los años 90 en el que las familias iban a comprar con dos carritos y una sonrisa de oreja a oreja.

Los grandes directivos de Merkamueble todavía estén buscando la respuesta, pero realmente su modelo de negocio se vino a pique el mismo día que eliminó la sala de cine infantil. Por muchas tiendas abiertas y por mucho que pueda facturar, los que en su momento fueron los grandes de los muebles viven en un eterno ahogo interminable en mitad de una poza. Cuando tú entrabas en aquella tienda porque tu madre quería comprar una peinadora para su dormitorio, te ibas lanzado al mostrador a coger unos afilados caramelos que te cortaban la lengua y apresuradamente, raudo y veloz, buscabas el mejor sitio en aquella sala en la que siempre estaban poniendo películas Disney. En una época en la que no había que pagar derechos de autor, una aburrida tienda de muebles supo mantener ordenados y en silencio a toda una patulea de niños que flipaban con el VHS de La Sirenita, mientras un señor con bigote le vendía a tu madre medio dormitorio.

Lo que quiero contarte hoy es algo que he bautizado como el efecto saludo y debería llevarte al menos a reflexionar un mínimo sobre todas esas grandes empresas en las que sueles comprar. No me apetece ponerme demasiado técnico, pero el efecto saludo no es más que la gran primera sensación que te transmite una empresa recién aterrizada en tu vida cuando comienzas a hacer uso de todos sus servicios, tanto cuando compras, devuelves, reclamas y te ofrecen una solución. El efecto saludo seguramente se estudie en marketing con otro término, posiblemente un anglicismo diseñado para que los gilipollas se crean más importantes que tú. Así que hoy te quiero obligar a replantearte todas las realidades de consumo que vienes haciendo desde hace años porque sí, sin más, como si fueses un autómata que tiene que ir a Mercadona a comprar, o como cuando encendíamos la televisión dándole siempre al número tres del mando.

Puede que me lo parezca a mí solo, pero salvo por los periodos de entrega, Amazon está tan copada por vendedores chinos que resulta más satisfactorio ir a comprar a Cobo Calleja. Ambos parecen AliExpress. Ahora te ponen problemas con las devoluciones y al final hemos terminado aceptando poco a poco la mierda del punto Celéritas por ahorrarnos imprimir una maldita etiqueta. El efecto saludo de Amazon caducó hace tiempo, aunque nadie se haya dado cuenta. Hoy vengo a decirte que AliExpress, aunque todavía no te hayas dado cuenta, ofrece mejor servicio que Amazon, además de protección de pago por PayPal. Le hemos terminado de entregar la cuchara a los chinos.

Esta perspectiva es igual de extrapolable a cualquier otro campo del día a día. Todo aquello que guarde relación con a una adaptación hedónica terminará respondiendo con un efecto saludo. Aunque muchos ya se hayan olvidado, el efecto saludo ha vuelto con el COVID-19 el mismo día que las autoridades decidieron eliminar la obligatoriedad de las mascarillas en el transporte público, como si en la línea del 20 hubiese más riesgo de enfermar que dando un agradable paseo nocturno por los bajos de Azca.

El efecto saludo es por el que llevas ya más de año tomando un brebaje insufrible etiquetado como Coca-Cola enlatado en Dinamarca sin tan siquiera darte cuenta. El efecto saludo es el que te lleva a parar aun en esa heladería que lleva sin servir un helado sorprendente desde que alguien pensó que era mejor vender todos los helados con sabor a nata e ir cambiándoles los colores. El efecto saludo es el que te hace quedar todavía con ese colega con el que las cuatro últimas veces has hablado exactamente de lo mismo, de aquello que os paso cuando teníais quince años porque desde entonces no habéis vivido nada nuevo. El efecto saludo es el culpable de que te hayas tragado las cuatro últimas temporadas infumables de esa serie pensando que iban a ser igual de buenas que la primera. El efecto saludo a fin de cuentas es lo que te ha llevado a decir durante décadas que los mejores portátiles eran Toshiba, los mejores motores Volkswagen, que el mejor pescado estaba en Madrid y la mejor paella se comía en Valencia.

A fin de cuentas vengo a regalarte una oportunidad bautizada para seas capaz de tener criterio. Dedícate a valorar el saludo cada vez que mires a los ojos, deja de vivir de las rentas pasadas y asume que todo irá a peor. Y no olvides darle las gracias al neoliberalismo.

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