17/12/16

El crimen de Elizabeth Short, la Dalia Negra

Betty Bersinger, una vecina del distrito de Leimert Park en Los Ángeles, se encontraba paseando con su hija de tres años. Avistó en un descampado lo que le pareció un maniquí despiezado, las herramientas de trabajo de algún sastre que habría abandonado allí. Estaba bastante equivocada. Se trataba de la joven Elizabeth Short.

Un cadáver drenado, sin ropajes, desmembrado, cuyo rostro mostraba la Sonrisa de Glasgow, conocida en Europa como la Sonrisa del Payaso. Sin bazo, sin corazón, sin intestinos. Con el interior de su vagina rellena de sus propios muslos, con las piernas fracturadas a golpes, con un pezón mutilado. Separada por unos precisos cortes cuyos forenses afirman que sólo un cirujano de aquella época podría haberlo realizado. Con quemaduras de cigarrillos, previamente violada, con claros signos de torturas inhumanas.

Elizaberth Short fue una mujer adelantada a su tiempo. Soñaba con triunfar en Hollywood. Se dice de ella que le encantaban las sesiones de fotos, el mundo del arte y los focos. Quería ser actriz, quería triunfar. El apodo de la Dalia Negra fue puesto por los propios periodistas en referencia a la película La Dalia Azul, por la belleza de Elizabeth desprendía y por la costumbre a vestir de negro en sus últimos años. Tenía veintidós años. Últimamente pasaba poco tiempo en casa. El mundo del cine es así, hay que relacionarse para hacer un hueco. Para la industria era una chica guapa más buscando una oportunidad. Para su familia simplemente era la pequeña Beth.

Por mucho que se haya escrito, por muchas piezas que no encajen, su cuerpo sigue enterrado y nadie conoce con certeza quien cometió aquellas atrocidades. No existe resolución judicial en firme. Tuvo tres parejas conocidas. Ninguna fueron sospechosas, de hecho una de ellas murió antes del asesinato.


Uno de los sospechosos fue el director Orson Welles. Unas camareras declararon que por aquel entonces se conocían las violaciones que había realizado a varias futuras actrices que querían trabajar con él. Tenía una personalidad complicada y canalizaba sus frustraciones creativas en momentos iracundos de violencia. Además los decorados de su película La Dama de Shangai, anterior al crimen, guardaban altas similitudes con el cadáver de Elizabeth, algo que tampoco tendría porque culpabilizar al director cuando cualquier asesino podría haberse inspirado en esas imágenes. 


Años más tarde, en 1999, el investigador privado Steve Hodel sintió un enorme interés por el caso de la Dalia Negra y comenzó a estudiarlo nivel particular. Su sorprendente conclusión final le llevó a afirmar que el asesino de Elizabeth Short fue su propio padre, el suyo, George Hodel, el del propio investigador.  


Las fechas coincidían, ambos vivieron en la misma ciudad por aquel entonces. Los vecinos de la zona aseguraron que tuvieron un romance. El investigador Hodel encontró fotos en un antiguo álbum de una mujer muy similar a Elizabeth en casa de su padre. Un vecino declaró que la noche anterior al descubrimiento del cadáver vio aparecer por la zona lo que él identificó en la oscuridad como un Ford Sedan 36. Su padre llevaba un Packard Sedan 36 oscuro, un modelo fácilmente confundible en dichas circunstancias. Encontró la carta que el supuesto asesino envió a la prensa para informar de los errores que estaban cometiendo y también identificó sin ninguna duda la caligrafía del señor Hodel. Todavía había más.


En enero de 1947 George Hodel había comprado unos sacos de cemento para mejorar la estructura de su casa, las mismos sacos que aparecieron junto al cadáver. George Hodel era médico, cuyos conocimientos explicarían los resultados de los forenses. La consulta de George Hodel se encontraba sólo a dos manzanas del punto donde fue vista con vida por última vez Elizabeth Short. El cuerpo de Elizabeth fue encontrado en la misma postura que la obra El Minotauro de Man Ray, un artista moderno de la época muy amigo de George Hodel. El puzzle comenzaba a tener sentido.

El investigador Steve Hodel se puso en contacto con su hermana para informarle del camino que habían terminado trazando sus pesquisas. A ella no le sorprendió. Él no era conocedor del asunto, pero le hizo saber que durante el juicio que ella vivió en contra de su propio padre por abusos sexuales había escuchado que era el asesino de la Dalia Negra.

Con todos esos datos Steve Hodel se dirigió a Brian Carr, el por aquel entonces detective responsable de la investigación. Le hizo saber que la mayoría de los documentos en relación al asesinato se perdieron en la década de los cincuenta, puesto que los periodistas se paseaban tranquilamente a sus anchas por la comisaría, se sentaban en los despachos de los detectives y contestaban los teléfonos como si fuesen ellos mismos los policías, robaban los informes originales para poder publicarlos e hicieron un sin fin de fotografías tan cerca del cadáver que pisotearon cualquier prueba irrefutable.
Hodel continuó en solitario adelante y descubrió que su padre fue uno de los investigados. En su consulta y su vivienda se colocaron micrófonos para intervenir en la medida de lo posible sus comunicaciones, pero que jamás se hizo nada aun conociendo de su culpabilidad. 

En 2003 se hicieron públicas las intervenciones donde se supo que el reconocido médico practicaba por aquel entonces abortos ilegales apoyándose en la complicidad de otros médicos. Ciudadanos de reconocido prestigio que formaban parte de una alta sociedad influyente. La detención del Doctor George Hodel hubiese supuesto la caída de toda una red abortos ilegales en la que estaban implicados tanto médicos, como jueces o las propias fuerzas del orden intervinientes. George Hodel se marchó a Filipinas. Montó una consulta y conoció a su nueva esposa. Una década más tarde regreso a USA para morir tranquilamente en San Francisco.

Los horrores del ser humano han ocurrido en todas las épocas. Es algo que va implícito a nuestra naturaleza, sobre todo y por suerte, a la naturaleza sólo de algunos.
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